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Si bien el Concilio Vaticano II no logró elaborar un documento específico sobre la teología moral, su contribución a esta disciplina ha sido decisiva. Entre sus más importantes aportes, se cuenta la doctrina sobre la conciencia de Gaudium et spes 16. Pese a su indudable ambivalencia, este texto propone una visión personalista del tema, que progresivamente iría transformando el método de la teología moral, donde el centro ya no es la ley, sino el sujeto moral, con su capacidad para discernir las exigencias del amor en el “aquí y ahora” de la historia. Lejos de estimular el individualismo y el relativismo, este giro hacia el sujeto ha suscitado un mayor compromiso de los eticistas católicos en la lucha contra todas aquellas situaciones de sufrimiento e injusticia que amenazan la dignidad del hombre.
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