CULTURA DE MASAS Y CONSENSO CON EL GOLPE MILITAR DE 1943. LA REVISTA CASCABEL Y SU PÁGINA “ANTIPOLÍTICA” DURANTE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

 

Miranda Lida*


Universidad de San Andrés / CONICET

* mlida@udesa.edu.ar

 

Recibido: 7 de diciembre de 2023

Aceptado: 4 de marzo de 2024

DOI:  10.46553/colec.35.1.2024.p65-104


 

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Resumen: El golpe militar de 1943 ha sido estudiado con especial foco en diversos problemas. Así, los estudios se concentraron en el papel de los militares, actores decisivos de la jornada del 4 de junio; se ha analizado también el papel de la Iglesia Católica y otros actores del campo de las, así como de los partidos políticos y de los sindicatos, entre los principales ejes. El golpe instaló en pocos meses una atmósfera represiva signada por la censura de la oposición, la anulación de los partidos políticos, la puesta en suspenso de las instituciones y la implementación de la enseñanza religiosa obligatoria en las escuelas básicas. Este artículo propone enfocar el problema del consenso para con este golpe militar, el modo en que este se construyó socialmente a través de expresiones de la cultura de masas que ayudaron a deslegitimar las instituciones republicanas, dando así pábulo a que asomara en el horizonte un nuevo golpe militar. En especial, nos centramos en la revista Cascabel y su página “Antipolítica”.

 

Palabras clave: Cultura de masas; consenso; golpe militar de 1943; Argentina; Segunda Guerra Mundial

 

 

MASS CULTURE AND CONSENSUS TOWARDS THE 1943 MILITARY COUP. CASCABEL MAGAZINE AND ITS “ANTIPOLITICA” PAGE DURING THE SECOND WORLD WAR

 

Abstract: The military coup of 1943 has been studied with a special focus on various problems. Thus, studies have concentrated on the role of the military, decisive actors in the June 4 coup; the role of the Catholic Church and other actors in the military field, as well as that of the political parties and trade unions, have also been analyzed, among the main axes. The coup installed in a few months a repressive atmosphere marked by the censorship of the opposition, the annulment of political parties, the suspension of institutions and the implementation of compulsory religious education in basic schools. This article proposes to focus on the problem of consensus towards this military coup, the way in which it was socially constructed through expressions of mass culture that helped to delegitimize the republican institutions, thus giving rise to a new military coup on the horizon. In particular, we focus on the magazine Cascabel and its page "Antipolítica".

 

Keywords: Mass Culture; Consensus; 1943 Military Coup; Argentina; Second World War

 

 

 

 

I. Introducción

 

El golpe militar de 1943 ha sido ampliamente estudiado en la historiografía, con especial foco en diversos problemas. Por un lado, los estudios se concentraron en el papel de los militares, actores decisivos de la jornada del 4 de junio (López 2023; De Privitellio 2001; Rouquié 1981; Potash 1986); se ha analizado también el papel de la Iglesia Católica y otros actores del campo de las derechas (Zanatta 1996 y 1999; Buchrucker 1987; Lida 2023), así como de los partidos políticos (Ragno y López 2023) y de los sindicatos (Del Campo 2005; Canavessi 2023), entre los principales actores sociales y políticos. Se han estudiado, por otra parte, problemas tales como la relación entre el golpe militar y la emergencia de la figura pública de Juan Domingo Perón y, también, del peronismo (Healey 2012; Sáenz Quesada 2020); los cambios que supuso el golpe en las políticas económicas o el papel del estado, así como también las políticas públicas (Berrotarán 2003; De la Vega 2017; Bragoni y Olguín 2023); asimismo, se conoce su impacto entre las izquierdas, sometidas a fuerte represión (Camarero y Ceruso 2020; Camarero 2023), al igual que en las universidades, sujetas a purgas y cesantías masivas (Buchbinder 2005; Lida 2022). El golpe instaló en pocos meses, luego de idas y vueltas, una atmósfera crecientemente represiva signada por la censura de la oposición, la anulación de los partidos políticos, la puesta en suspenso de las instituciones republicanas y la implementación de la enseñanza religiosa obligatoria en las escuelas básicas a los fines de disciplinar la sociedad.

Este artículo propone enfocar el problema del consenso para con el golpe militar de 1943, es decir, el modo en que este se construyó socialmente, a través de expresiones de la cultura de masas que ayudaron a erosionar y deslegitimar las instituciones republicanas a fines de la así llamada “década infame”, dando así pábulo a que asomara en el horizonte un nuevo golpe militar. El papel de la cultura de masas en su relación con los golpes militares de la historia argentina del siglo XX cuenta con dos antecedentes importantes en la historiografía a los que no podemos dejar de referir: por un lado, el caso del diario Crítica, de Natalio Botana, debido a su involucramiento ante el golpe militar de 1930 y por el otro, la revista Primera Plana ante la coyuntura golpista de 1966, estudiados, respectivamente, por Sylvia Saítta, por un lado, y por Catalina Smulovitz, Graciela Mochkofsky y Elena Piñeiro entre otros (Saítta 1998; Smulovitz 1993; Mochkofsky 2003; Piñeiro 2002). Con perfiles diferentes, sendas publicaciones permitieron iluminar no sólo el modo en que crearon un clima que ayudó a preparar la crisis política de los gobiernos depuestos (desde su deslegitimación hasta su completa ridiculización, como se dio en el caso de la construcción de la imagen de la “tortuga” para con Arturo Illia), sino que además contribuyeron a crear consenso con el estado de situación que trajeron consigo los alzamientos militares, al menos en el momento inicial de cada golpe, dado que esos consensos resultaron precarios. Es innegable que el golpe militar de 1943 tuvo un fuerte involucramiento castrense, aspecto que ha sido puesto de relieve por la historiografía, pero eso no impide de todas maneras preguntarnos por las formas de construir consenso social por fuera de los cuarteles que los hombres de uniforme debieron procurarse. Ese consenso, argumentaremos, se nutrió de un notable descrédito de las propias instituciones republicanas durante el gobierno de Ramón Castillo, teñido por el fraude electoral y la corrupción institucional (López 2018).

En este punto, el estudio de la revista Cascabel, en el que nos centraremos en esta oportunidad, resulta un excelente prisma para pensar el problema de la construcción del consenso con el golpe. Se trata de una revista que constituye un nítido producto de la industria cultural dirigido al público de masas, en una era de expansión de los públicos tanto lectores como consumidores, a la luz de las transformaciones que trajeron consigo las décadas de 1920 y 1930 en los consumos culturales, en la sociedad y en las formas de hacer política luego de la ampliación democrática introducida en 1912 por la Ley Sáenz Peña (Gayol y Palermo 2018). En la Argentina existía una larga tradición de humor gráfico que tiene hitos importantes desde el siglo XIX pero que verificaría una notable expansión en el siglo XX de la mano del crecimiento de la alfabetización y de los públicos lectores, así como también de las industrias culturales en general. En ese contexto, Cascabel (1941-1947) se encuentra escasamente trabajada en la bibliografía especializada, quizás por presentar un perfil difícil de encasillar: revista ilustrada y de humor, a todo color, ocupa un jalón en la historia de la ilustración y la caricatura, dado que se la puede poner en una genealogía de publicaciones que cruzan humor y política, a la par de Don Quijote en el siglo XIX, o bien Tía Vicenta y Humor, en el siglo XX (Burkart 2007; Matallana 1999; Gociol y Rosemberg 2015). En general, en estos abordajes a largo plazo se ha puesto de relieve el modo en que el humor permite mofarse de figuras que se ubican en el centro del poder, e incluso son capaces de hacer oír una voz crítica en especial en aquellas coyunturas en las que la libertad de prensa y de expresión se encontraban cercenadas, como ha ocurrido bajo sucesivas dictaduras militares. Se sabe que el director y responsable de Cascabel fue Jorge Piacentini, que tenía una trayectoria destacada en agencias publicitarias. La revista fue una cantera de ilustradores y caricaturistas de larga trayectoria, entre ellos, basta con mencionar a Lino Palacio (Flax) y Oski. Sin embargo, más allá de ser un jalón importante en la historia del humor gráfico, mostraremos que fue además una revista clave que permite iluminar aspectos de la coyuntura. Así, por ejemplo, tanto Matallana como Gociol y Rosemberg pusieron énfasis en el perfil antiperonista de Cascabel, una vez que Juan Domingo Perón se lanzó a la carrera política y, en especial, luego de su triunfo electoral de 1946. No es casual que poco tiempo después dejara de aparecer.

Ahora bien, si nos enfocamos en estudiar esta publicación en sus primeros años, hay un aspecto que sobresale según nuestro análisis: Cascabel publicó regularmente, entre 1941 y 1943, una columna regular firmada bajo el seudónimo de “Cascatorial” bajo el título de “Página de la Antipolítica” que hace las veces de columna editorial, (como han indicado Matallana y Burkart) redactada en clave satírica como la revista toda. Esta columna se abocaba a deslegitimar el sistema de partidos, las instituciones republicanas en su sentido amplio, además del sistema electoral, temas que ocupaban un lugar medular en su discurso, en sus historietas y en sus columnas, la más de las veces en clave humorística. En el siglo XIX había claros antecedentes de este tipo de intervenciones por parte de publicaciones satíricas como Don Quijote y El Mosquito que le dedicaron mucho espacio al parlamento, sus formas, sus intrigas y en especial sus escándalos, con una mirada netamente irreverente, lo cual habría ayudado, según Martín Castro, a acelerar el ocaso del “orden conservador” que precedió a la Ley Sáenz Peña, si bien es algo de medir con certeza (Castro 2019). Colocándose siempre en el lugar de un lector perteneciente a los sectores populares que sufría las carencias de tiempos de la Segunda Guerra Mundial debido a los racionamientos, Cascabel llevó al lector de masas a cuestionar e incluso deslegitimar el sistema político de partidos debido a su corrupción, a la vez que asociaba la política a la inmoralidad. La crítica se extendió al carácter deliberativo del parlamento al que se acusaría de inoperancia en la toma de decisiones cruciales que afectaban la vida cotidiana de la población, mientras procedía a nombrar comisiones investigadoras que poco ayudaban a impedir el descrédito de las instituciones. En la década de 1930, la impugnación al congreso por su ineficiencia o por cierta inercia legislativa tuvo ecos en los debates parlamentarios, como ha estudiado Persello (2020). Todos los partidos políticos fueron por igual objeto de mofa, y cuándo no, de críticas furibundas, en especial, el oficialismo encarnado en el Partido Demócrata Nacional. Pero la Unión Cívica Radical tampoco permaneció inmune, aunque en este caso la preocupación estuvo dada, sobre todo, por su incapacidad para llegar a un consenso que le diera una posición sólida con vistas a los eventuales comicios presidenciales de 1943 (que finalmente no llegarían a ser celebrados debido al levantamiento militar precisamente). Una vez que tuvo lugar el alzamiento militar, entonces, Cascabel se plegó a celebrar el acontecimiento que vivió como un éxito propio. Meses después, esta columna dejaría de aparecer. El estudio de la “Página de la Antipolítica” de Cascabel permite en este sentido iluminar su mirada sobre el sistema político, los partidos y las instituciones liberales, que critica a la vez que contribuye fuertemente a desacreditar. De este modo, a través de la prensa de masas podremos recuperar las representaciones sociales acerca de la “década infame” en un momento clave de su devenir, así como también las estrategias implementadas para construir consenso por fuera de las instituciones republicanas.

 

 

II. Presentación general de Cascabel y de su página “Antipolítica”

 

Cascabel apareció en la escena periodística de Buenos Aires a mediados de noviembre de 1941, con periodicidad semanal (aparecía los miércoles), con tapa a todo color y al módico precio de 20 centavos. Tenía domicilio en la Avenida de Mayo (es decir que ocupaba un lugar central en la ciudad y en la escena periodística en general) y, además, contaba con licencia de publicaciones norteamericanas de igual tenor como la exitosa Gags (antecesora de la muy popular Mad), además de que contrataba servicios de productoras de cómics norteamericanas tales como King Features Syndicate, de ahí que en ocasiones se reprodujeran caricaturas producidas en Estados Unidos. El contexto de aparición de esta revista estuvo signado por la creciente preocupación del gobierno norteamericano por buscar respaldo panamericano a su política exterior, orientación que se verá reafirmada en diciembre de ese año luego del atentado de Pearl Harbor que marcó el ingreso de los Estados Unidos al conflicto global. De allí que en las caricaturas de Cascabel la Segunda Guerra Mundial y sus avatares ocupara un lugar protagónico, tanto es así que Flax, uno de sus principales caricaturistas e ilustradores, publicó luego un libro que reunió sus ilustraciones vinculadas con la conflagración, con fuerte impronta aliadófila (Palacio 1982). De todas maneras, es necesario señalar queel caricaturista antifascista más destacado de este período fue Clement Moreau, que publicaba en Argentina Libre y Antinazi (Gociol y Rosemberg 2015). El semanario abordaba muchas otras temáticas de todas formas, incluyendo aquellas vinculadas con la vida cotidiana y el movimiento urbano. Cada número tenía alrededor de 40 páginas a todo color, con historietas, chistes y noticias redactadas en clave satírica, muchas veces con una interpelación directa a la actualidad tanto nacional como internacional; se incluían referencias a las modas, los consumos culturales (cine, espectáculos, deportes), las transformaciones urbanas y los estilos de vida (con especial atención por los cambios en el papel de la mujer, entre otros), a sabiendas de que en el contrato de lectura que la revista construía con su lector, la ironía, la chicana y el humor atravesaban todas las páginas y secciones de la revista. Carecemos de estudios o datos fehacientes que permitan dar información precisa acerca de su tirada, recepción o circulación, pero no puede pasarse por alto que contaba con gran número de anunciantes de firmas tales como Geniol, Imparciales, Chocolates Águila, embutidos Armour, entre otros tantos, con avisos a toda página sostenidos a lo largo de los sucesivos números, de modo que cabe deducir que su circulación fue significativa.

La revista suele ser definida como aliadófila y antifascista en el contexto de la Segunda Guerra Mundial (Bjerg 2012), sin embargo, no se suele problematizar qué tipo de antifascismo profesaba esta revista, atendiendo al hecho hoy bien conocido en la historiografía de que el antifascismo era una constelación ideológica muy variopinta que involucraba tanto a católicos humanistas, incluso algunos conservadores, liberales, socialistas y comunistas, entre muchos otros (Pasolini 2023; Zanca 2013; Seidman 2018; Bisso 2005). De modo que no está de más hilar fino en el tema e intentar dar alguna precisión acerca de qué tipo de antifascismo profesaba Cascabel. Dado que el lenguaje que se usaba para hablar de la cuestión era el de la caricatura, debemos deducir su posicionamiento al respecto de un sinnúmero de ilustraciones que tienen por protagonistas a los grandes líderes de la época: Adolf Hitler, Benito Mussolini, Josef Stalin, Winston Churchill, Franklin Delano Roosevelt, el mariscal Philippe Pétain, el general japonés Hideki Tojo, el general español Francisco Franco, entre otros. Las caricaturas de Cascabel, entonces, se mofaban reiteradas veces de Mussolini por el modo en que el líder fascista se dispuso a quedar convertido en un mero títere de Hitler (Cascabel se lamenta, por ejemplo, de que Maquiavelo hubiera dejado de ser la lectura de cabecera de Mussolini y, en cambio, quedara sustituido por lecturas en alemán[1]); algo parecido solía ocurrir con las figuras de Tojo o de Pétain. Son claramente de un tono antifascista, pero en lugar de denunciar la opresión nazi y el retroceso democrático que instaló en Europa, acompañado de la barbarie de los campos de concentración, la crítica se focalizó en su ambición imperialista y, en especial, su anhelo de dominación tanto europea como global. Ahora bien, la sutileza que cabe recalcar en el particular antifascismo de Cascabel es que son pocas las simpatías que la revista tenía por Stalin, incluso después del triunfo soviético en la batalla de Stalingrado. Así, el humorista Flax no dejaría de recordarle al lector el pacto germano soviético y el reparto de Polonia (véase Imagen 1).

 

 


Imagen 1. Cuestión polaca (Stalin y Hitler)

Fuente: Cascabel, 5 de mayo de 1943, p. 15.

 

Con Churchill es evidente que hay también velados resquemores y antipatías, como se ve en una caricatura de 1942 en la que Flax coloca a Churchill y Hitler jugando al reparto del canal de Suez, como si este último fuera Bismarck poco más, haciendo y deshaciendo fronteras como en juego de dados. (véase Imagen 2)

 

 


Imagen 2. Hitler y Churchill juegan a los dados

Fuente: Cascabel, 8 de julio de 1942, p. 3.

 

La defensa de Roosevelt es sin embargo a rajatabla, como se lee en este pasaje en el que la revista suavizó el tono jocoso que la caracterizaría para insinuar que hubo censura en la transmisión de un acto en honor al presidente norteamericano:

 

El lunes de la semana pasada tuvo lugar en el Luna Park un acto homenaje a Roosevelt que reunión, por lo menos, tanta gente para un catch as catch can. En dicho acto algunos oradores se expidieron sobre la democracia, sobre la guerra, sobre la neutralidad, sobre la victoria […] Las alternativas orales y sonoras de ese acto fueron transmitidas por radio a todo el país. Transmitidas, pero no oídas, sin que se pueda achacar esto último a indiferencia del público radioescucha. No pudieron ser oídas, porque al sintonizar la estación, una onda picaruela interfería y producía un mugido de toro muy bien imitado, pero a la larga cansador[2].

 

Ahora bien, la guerra, como se verá, no era tratada por Cascabel como algo distante, a pesar de la neutralidad decidida por el gobierno argentino ante el conflicto mundial, puesto que en todo momento la revista ponía de relieve el impacto que producía entre los argentinos, incluso en la vida cotidiana, debido a los racionamientos y las carencias de productos importados que el gobierno debió establecer ante la estrechez externa en el comercio internacional. De esta manera, la vida cotidiana durante la guerra se entrelazaría estrechamente con la política que, como se adelantó, fue juzgada de modo acerbo y sin contemplaciones en los años previos al golpe militar de 1943. Cuestiones tales como el racionamiento de combustible, que afectaba no solo al tráfico automotor en expansión sino también al abastecimiento de energía, con eventual impacto en la calefacción de viviendas y otras aristas de la vida cotidiana, así como también el racionamiento de los neumáticos y, sobre todo, los recortes en el abastecimiento de electricidad, llevaron a fuertes cuestionamientos al gobierno por parte de Cascabel, que se encargaría de poner de relieve que tales medidas no solo eran por demás impopulares, sino además de fuerte impacto para el desenvolvimiento normal de la vida social, en especial, entre los sectores populares. Las alteraciones en la vida cotidiana no hicieron sino incrementarse con el correr del tiempo, en especial para el año 1942, atravesado por la realización de ejercicios de defensa antiaérea en Buenos Aires que implicaron oscurecimientos masivos. Cascabel no vaciló en hacer bromas por la escasez de luz y de varios bienes de consumo corrientes a nivel popular (entre otros, los cigarrillos), además de expresar una fuerte queja por el racionamiento, acompañada a su vez de la crítica a otras cuestiones vinculadas con la vida pública, en especial, la presión ejercida por sectores católicos para intervenir y regular la moral y las costumbres, todo ello expresado en el acostumbrado tono irónico de la publicación, como se ve en la cita que se transcribe:

 

Si afortunadamente para nuestros enemigos aún no estamos en guerra, no es menos cierto, por otra parte, que es como si lo estuviéramos. Vivimos racionados, vivimos limitados y vivimos a oscuras. Y por si no fuera bastante, vivimos de campaña en campaña […] las grandes campañas de este año son, indudablemente, las realizadas en pro de la nacionalización de los servicios de aguas corrientes, de abaratamiento de la vida; la campaña contra las moscas y la campaña presidencial. Cuando ya parecía que por este año no íbamos a tener más campañas y hubiéramos podido retirarnos a descansar tranquilos de tan rudo batallar, héte aquí que la Liga por la moralidad y las buenas costumbres lanza su ofensiva de verano contra los trajes de baño.[3]

 

A las denuncias por las irregularidades en el abastecimiento de combustible se sumaron no solo los problemas vinculados al racionamiento de la energía eléctrica, sino también las alteraciones provocadas por los entrenamientos cotidianos que se impusieron en la ciudad de Buenos Aires para preparar a la población en caso de un eventual ataque o invasión. Los ejercicios antiaéreos, en efecto, se volvieron moneda corriente que Cascabel, fiel a su estilo, tomaba en broma: “se prepara a la población para cualquier ataque nocturno; pero nada se dice de los eventuales ataques diurnos”[4]. Ahora bien, la cuestión del racionamiento no se agotaba en una simple denuncia de las alteraciones que se vivían en lo cotidiano, en especial, en una populosa ciudad como Buenos Aires, que no estaba habituada a los recortes de combustible, energía u otros servicios. Los racionamientos tuvieron de hecho consecuencias políticas, dado que las restricciones al consumo de combustibles se establecieron a través de vales que según Cascabel resultarían mucho más fáciles de conseguir para quienes tuvieran contactos en la administración pública y, sobre todo, entre “amigos políticos”, antes que para los simples ciudadanos de a pie, ajenos a las tramas de la administración y el poder. Las palabras de Cascabel reflejan con nitidez el tono de la revista:

 

La nafta era un producto vulgar como el vino, pero más puro. Los surtidores cumplían sus deberes funcionales: surtían de nafta […] Conviene refrescar la memoria con estos hechos que, hoy, nos parecen sumergidos en la prehistoria […] hace dos años cualquier persona, mediante el pago correspondiente, podía comprar cuanta nafta se le antojase […] Vino el racionamiento con vales, pero previamente se creó la oficina encargada de dar los vales. Se llamó: Oficina de Distribución de Combustible. Todo propietario de automotores que tuvo la paciencia de presentar protocolos relativos a su carrindanga, y de hacer una cola adecuada, salió beneficiado con un talonario que le confería el privilegio de hacer marchar su auto con nafta […] Llegados a este punto recordamos que las voces oficiales nos repetían que las privaciones impuestas anteriormente permitirían disponer de nafta para la práctica del turismo durante el verano. En prueba de ello se ha hecho una nueva distribución de vales, con ligeras variantes sobre el procedimiento anterior: ahora dan menos nafta y cobran los talonarios. Acerca de esta modificación se ha planteado una discrepancia entre el público y el Gobierno: aquel sostiene que los nuevos vales tienen un rendimiento muy inferior al de los antiguos; el gobierno por su parte asegura que el rendimiento es muy superior […] estamos en condiciones de aclarar para bien de todos que ambas partes tienen razón. El púbico cuando dice que los vales de ahora tienen rendimiento inferior […] y el Gobierno cuando sostiene que ahora el rendimiento es superior, porque habla de lo que cobra en talonarios. […] De cualquier manera, la gente ya sabe que, con promesas o sin promesas, con vales gratuitos o con vales pagos, cada día habrá menos nafta.[5]

 

En este contexto, las medidas de racionamiento que más le preocupaban a Cascabel eran, definitivamente, las que afectaban el abastecimiento de papel de diario, insumo fundamental para la propia existencia de la revista. El asunto del papel afectó a todas las publicaciones periódicas, por supuesto, pero en el caso de Cascabel llevó rápidamente a una politización del asunto, porque además de lamentarse por la situación, la revista no omitiría sus críticas a las instituciones republicanas dado que consideraba que colaboraban bastante poco para salir del embrollo. En efecto, con el correr del tiempo el racionamiento en el papel terminaría afectando el normal desenvolvimiento de la revista:

 

Plan para hacer trabajar a diputados y senadores: se dice que antes chillábamos pidiendo sesiones extraordinarias para que se solucionara el problema de la carestía, de la situación, industrial, etc. Ahora ya hay sesiones en el Congreso, pero no están las leyes que esperábamos: desde la ley de alquileres hasta de papel de diario. La cosa se solucionaría si las cámaras comenzaran a funcionar a las 9 de la mañana hasta las 18 hs, y no a partir de las 16 […] Dados los problemas de racionamiento del papel, se dice que se van a racionar los discursos de los legisladores para hacer más breves los diarios de sesiones. […] Hay diputados de diferentes partidos y nunca se ponen de acuerdo; desde hace casi 100 años que existe el congreso nacional y siempre se pelean. Lo lógico sería suprimir el congreso: abandonar el asunto, que si en tanto tiempo no se pusieron de acuerdo, tampoco lo harán ahora.[6]

 

El tratamiento de las carencias de guerra y las diferentes medidas de racionamiento establecidas por el gobierno exacerbaría la politización de la cuestión en Cascabel, dado el impacto que tuvieron en la vida cotidiana de la población. A través de esta vía, la revista terminó por desatar no solo fuertes acusaciones de corrupción en torno de la administración de estas medidas, sino que también puso de relieve la incapacidad del Congreso nacional de dar respuesta a los múltiples problemas que atravesaba el país durante la Segunda Guerra Mundial. Este tópico, además, se articuló con otro harto reiterado por estos años: el racionamiento del combustible venía a agravar la situación ya de por sí complicada del transporte público de la ciudad de Buenos Aires, cuyo servicio era cuestionado recurrentemente, en especial debido al hecho de que los pasajeros se veían obligados a viajar “colgados” del pescante, de la puerta o en cualquier otro hueco. El crecimiento de la demanda del transporte público, provocado en gran medida por las migraciones internas y el acelerado crecimiento de la urbanización de los años treinta, presionó sobre la demanda de mejores servicios, una demanda que se volvía muy difícil de atender en medio de forzosas medidas de racionamiento. La falta de regulación y seguridad en el transporte público, además del problema del combustible, redundaron en el cotidiano hacinamiento en el interior de los vehículos, que afectaría en particular a niños, mujeres y discapacitados, debido a los empujones, roces y falta de espacio adecuado: “debe inferirse que quinientos mil pasajeros viajan sentados, ochocientos mil viajan parados y doscientos mil cómodamente colgados de las ventanillas o de los pasamanos de las plataformas”, motivo por el cual la revista no vaciló en reclamar medidas drásticas como por ejemplo una pronta nacionalización del transporte público, única medida que creía capaz de cambiar de raíz el estado de cosas[7]. En esta tesitura, se mofó incluso abiertamente de la noticia de que la policía estaba preocupada por el asunto y se resolvió a tomar medidas para reprimir “todo acto de incultura y desorden que se produzca en ómnibus, tranvías y trenes”. En sus propios términos:

 

El desorden en los ómnibus y tranvías ha asumido a la hora presente contornos apocalípticos. […] ¿De modo que pretenden echarles a los pasajeros la culpa de los desórdenes de los transportes? ¿Qué excesos pueden cometer los pasajeros en los tranvías que no sea justamente el exceso de pasajeros? […] es de todo punto imposible producir en el interior de los mismos “actos de incultura”. Ni de incultura ni de cultura, porque gracias si queda espacio para producir sencilla y penosamente los actos de aspirar y expirar el aire, necesarios para llegar vivos al final del viaje.[8]

 

El desgaste del humor social que reflejaba Cascabel, asociado al reclamo por medidas enérgicas por parte del gobierno (tanto es así que, como señalábamos, se propuso la nacionalización del transporte público), fue de la mano un creciente cuestionamiento a las autoridades que, según sugería la revista, no estaban a la altura de los problemas que trajo consigo la guerra, denuncia que se extendió al sistema político en su conjunto, cuya legitimidad Cascabel contribuiría a erosionar, dado que no vacilaba en hacer extensiva la crítica a los partidos políticos y el sistema institucional en general: “hace ya algún tiempo nuestro genial colaborador y eminente hombre de ciencia, profesor Timoteo Dolito, hizo un feliz parangón entre los ómnibus y los partidos políticos, y señaló que en unos u otros la plataforma es lo más importante, lo más amplio y lo más pisoteado de todo”[9]. Así, la deslegitimación de las instituciones ganará creciente terreno en Cascabel. Ahora sí estamos en condiciones entonces de abordar de lleno la página “Antipolítica” de la revista, sección permanente a partir de 1941 abocada a criticar y deslegitimar el gobierno de Castillo, el sistema institucional y los partidos políticos, pero sin omitir también la crítica a la administración y las políticas públicas.

 

 

III. “Antipolítica”: de la denuncia de las instituciones a la legitimación del golpe militar

 

Desde sus primeros números, la “Página de la Antipolítica” (o directamente, “Antipolítica”), en sintonía con el tono jocoso de la publicación, arremetió a horadar y en última instancia deslegitimar y desprestigiar el sistema de partidos y, en general, las instituciones republicanas. Usaba el eslogan en latín “dura lex, sed lex”, principio general que provenía del derecho romano y ponía de relieve el valor de las leyes, a fin de recordarle al lector que la ley es igual para todos, sin excepciones, eslogan que estaba en sintonía con el cuestionamiento señalado más arriba en torno a la distribución nada equitativa de los vales de racionamiento. La página publicaba caricaturas con directa referencia a los debates políticos de la hora, entre cuyos protagonistas solían contarse los dirigentes de los principales partidos. Además, se completaba con un sinnúmero de chistes que podían adoptar diferentes formatos, tales como ficticias cartas de lectores o diálogos, sea en forma de prosa o verso, entre políticos de diferente color, además de “noticias” que solían provenir de los grandes diarios, pero que eran reescritas o parafraseadas en clave humorística por Cascabel. En ocasiones, aparecían seudónimos tales como “Rubén Dariola” o “Alonso de Arcilla”, en especial, para los versos, muchas veces en formato de payada o tonada popular. 

Todos los partidos políticos, sin excepción, fueron objeto de mofa regular en Cascabel, así como también se denunciarían en esta página casos de corrupción electoral, abusos de autoridad, escándalos por negocios al margen de la ley, entre otras situaciones que contribuían a deslucir las prácticas republicanas. Ya sea a través de viñetas e ilustraciones, breves textos en clave irónica, o a veces más extensos, además de versos o diálogos ficticios, Cascabel intervenía con una fuerte interpelación al lector cuyo efecto de sentido iba dirigido a manifestar el descrédito del sistema político en su totalidad. No olvidemos que se trata de un sistema político ya de por sí deslucido debido a la presencia recurrente del fraude electoral (así llamado “patriótico”) de modo que la intervención de Cascabel venía a reforzar ese descrédito de las instituciones con una voz potente, fácil de penetrar en todo tipo de públicos a través del recurso del humor. El efecto de sentido que resultaba de la recurrente aparición de “Antipolítica” es significativo, dado que la corrupción era atribuida al propio sistema de partidos, y no a un partido específico como el Partido Demócrata Nacional que se había convertido en hegemónico en los años treinta, luego de la llegada al poder de Agustín P. Justo. Incluso el Partido Socialista era objeto de chistes: “Estos socialistas. Después dicen que son proletarios. ¿Dónde se ha visto un partido de proletarios que tenga Palacios?”[10]. Con respecto a la Unión Cívica Radical, por la que Cascabel tenía veladamente más simpatías, no faltaron de todos modos las críticas, en especial, por falta de liderazgo: “mucha gente intenta desde hace tiempo llamar la atención de que los dirigentes de la U.C.R. […] en el sentido de que su pasividad puede tener consecuencias desastrosas para el partido, hasta convertir sus iniciales en Un Cadáver Reseco. […] entonces puede ser que recuperen su título de Único Conductor Reconocido”[11].

Así las cosas, no cabía esperar que hubiera mucha confianza en el sistema electoral. En Cascabel era una ironía decir que “no se sabe quién ganará las elecciones” parciales de 1941 dado que “todo el mundo sabe que están amañadas”. Y agregaba: “Castillo aseguró que habrá elecciones libres y con garantías… garantías de acomodo para los conservadores […] y libres de radicales”. Y agregaba:

 

Si usted es votante conservador, hay 99% por ciento de probabilidades que sea presidente de mesa, candidato, fiscal, presidiario, fallecido o vigilante; si usted es radical, lo mejor que puede hacer es ir a un picnic […] ya no vale la pena sacrificarse por la causa; si es socialista, acompañe al picnic a su vecino radical, a lo mejor arreglan un frente popular para las presidenciales.[12]

 

No faltaron críticas personalizadas enfocadas en dirigentes conservadores, entre otros, se destaca la figura del conservador Rodolfo Moreno, de quien se publicaron caricaturas en Cascabel (ver Figura 3). A la par, la revista transmitía la sensación de que la oposición, ya fuere radical o socialista, no hacía lo suficiente ante el estado de cosas; así, por ejemplo, los socialistas preferían acomodarse al fraude en lugar de declarar la abstención, cosa que era objeto de una broma expresada en forma de diálogo: “-parece que los socialistas no se quieren abstener en la provincia de Buenos Aires. -¡Y cómo se van a abstener! ¿Quién se quedaría entonces con las bancas radicales?”.[13] De todas maneras, ya para 1943, que debía ser un decisivo año electoral, insistiría en la idea de formar una “unión democrática”, es decir, alentar la coalición entre socialistas y radicales con vistas a la presidencial prevista para ese año. A pesar de la expectativa que deposita en esa posibilidad, concluye, escépticamente, que “no me parece que marchen con demasiada velocidad las susodichas gestiones. Antes bien, se me ocurre que han quedado un tanto paralizadas […] sería de desear que llegaran a alguna conclusión antes del Juicio Final […] Quiero decir… antes de las elecciones presidenciales”[14].

 


Figura 3. Caricatura de Rodolfo Moreno, elegido gobernador de la provincia de Buenos Aires

Fuente: Cascabel, 17 de diciembre de 1941, p. 16

 

No menos relevante era para Cascabel su preocupación por las recurrentes intervenciones federales en las provincias. Un caso muy resonante fue el de la provincia de Corrientes, envuelta en conflictos institucionales y políticos que hicieron que la intervención se volviera “esperada” (López 2018, 222). Ante esa situación, Cascabel denunció la arbitrariedad del mecanismo de la intervención federal, usado en beneficio del oficialismo según la conveniencia del caso: “con la intervención a Corrientes, dispuesta por decreto y tan pronto como se cerró el Congreso, el Poder Ejecutivo inaugura una nueva táctica política en la discutida cuestión de las autonomías provinciales. No está tan lejano el tiempo en que el mismo doctor Castillo, cuando la opinión pública clamaba por la intervención en Mendoza y Santa Fe, convictas de elecciones fraudulentas, declaró que ése era un asunto que competía al Congreso”[15]. Hay incluso caricaturas sobre las intervenciones, retratadas como si se tratara de una cirugía.

 


Figura 4. Intervención

Fuente: Cascabel, 14 de octubre de 1942, p. 16.

 

La revista permaneció atenta al seguimiento de cada intervención federal no solo porque la consideraba un atentado a la autonomía provincial y a la plena vigencia de la voluntad popular (“¿La voluntad popular? Bien, gracias”[16]), sino porque le permitía poner en evidencia que el oficialismo sostenía una posición poco consistente al respecto, dado que solía cambiar de opinión según su conveniencia en cada coyuntura: “todo es según el color del partido que se admira”[17]. En el fondo, creía, en materia de intervenciones lo que contaba es “lo más Justo”[18], es decir, la conveniencia política a los ojos del expresidente Agustín P. Justo, políticamente activo con vistas al año electoral de 1943.

Ahora bien, más allá de su crítica en torno de la cuestión del fraude y de las intervenciones federales, la cuestión más incisiva abordada por Cascabel en “Antipolítica” se centró en el cuestionamiento al congreso nacional, su funcionamiento regular, sus prácticas habituales, su legitimidad y, sobre todo, su fuerte desconexión según la revista con los problemas de la sociedad argentina. Un chiste reiterado de Cascabel tenía que ver con un juego de palabras en torno de “las sesiones ordinarias” del parlamento que interpretaba en su doble acepción, ya sea como algo que sucede con regularidad, o bien por su carácter netamente plebeyo, vulgar: “como eran ordinarias las reuniones / con toda ordinariez se adjetivaban / de chorros y coimeros se trataban / de pastenacas, burros y tragones”[19]. Además, entabló una campaña para reclamar que se respetara con rigurosidad el calendario de sesiones ordinarias, del 1 de mayo a fines de octubre, poniendo en evidencia las irregularidades en este aspecto que, según Cascabel, poco ayudaban a mejorar la imagen del Parlamento. Así, se pueden leer quejas reiteradas por demoras en la apertura de las sesiones ordinarias; por ejemplo, en 1942, se publicaba que “con asistencia del presidente de la República y dentro de la atmósfera solemne que es habitual en esta clase de ceremonias se inauguró recientemente el nuevo período de… ¡Ajá! ¿Conque ustedes creían que nos referíamos a las sesiones del Congreso? ¡No, no, no, no! Hablábamos simplemente de la nueva temporada del teatro Colón…”[20] A fines de mayo de 1943 directamente se publicaría que “¡Por fin en el mes entrante trabajarán en el Congreso!”[21].   Ello formaba parte de una campaña de desprestigio del congreso nacional que puso en marcha Cascabel a través de “Antipolítica”, pero que como ya señalamos involucraba a los partidos políticos y a la clase política en general. Algunos tópicos que se repetían en “Antipolítica” tenían que ver con poner de relieve la desconexión entre las instituciones y los problemas de la sociedad argentina, y, sobre todo, las burlas y cuestionamientos a los procedimientos parlamentarios y, en particular, el funcionamiento de las comisiones de investigación parlamentaria, juzgadas innecesarias e inútiles:

 

Texto

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Figura 5. Comisiones parlamentarias

Fuente: Cascabel, 26 de agosto de 1942, p. 16

 

Otra crítica tenía que ver con los privilegios de los legisladores, así, por ejemplo, los que accedían a vales de racionamiento de combustible, como ya se adelantó:

 

 

Un dibujo de una persona

Descripción generada automáticamente con confianza media
Figura 6. Racionamiento y privilegios de los parlamentarios

Fuente: Cascabel, 7 de octubre de 1942, p. 16

 

Veamos otros ejemplos. Ante una serie de impugnaciones de diplomas de los parlamentarios, Cascabel elevó su denuncia dirigida al parlamento como institución, porque creía que se dedicaba a perder el tiempo en debates irrelevantes, a la vez que quedaban sin atender los temas verdaderamente importantes para la sociedad:

 

No todo, en efecto, han de ser maniobras electorales y mezquina politiquería, como suele acontecer en los parlamentos de los demás países, donde los legisladores se reúnen nada más que para tratar y sancionar áridas leyes de protección a la economía, de estímulo a los negocios, de rebajas de impuestos, de aumento de jornales, de mejoras para las clases trabajadoras […] La discusión de los diplomas [de los parlamentarios], que se realiza sistemáticamente en nuestro Congreso, no busca, como es sabido, rechazar ningún diploma ni incomodar a los diputados que los presentan. Es un acto puramente simbólico, ya que cualquiera que sean las tachas opuestas, la Cámara aprueba siempre los diplomas y al poco rato los impugnados confraternizan como chanchos con el resto de la asamblea.[22]

 

En otro pasaje, nuevamente Cascabel arremetió de lleno contra la institución parlamentaria a causa de su carácter por antonomasia deliberativo, lo cual implicaba que la sanción de nuevas leyes se llevara a cabo por medio de procedimientos que podían resultar lentos, incapaces de ajustarse a los deseos de inmediatez de los medios de comunicación y de la opinión pública, y más en un sistema bicameral que no parecía capaz de satisfacer las demandas de la sociedad en torno de reformas y medidas largamente esperadas. Tanto es así que Cascabel daba por descontado que existía un consenso unánime en torno de la falta de capacidad del Parlamento para responder en tiempo y forma a los problemas y demandas sociales. Véase el tono de la revista al respecto que, además, incluía un llamado de atención sobre el solapamiento y confusión de funciones entre el congreso nacional y la Policía Federal, debido al peso que tenía esta última a través del dictado de numerosos edictos que le daban a la institución un poder contravencional que si bien era cuestionado por las izquierdas, lograría una cierta aceptación social gracias a que se mostraba mucho más ágil y eficiente que el congreso nacional[23], al menos para Cascabel, tanto es así que no vacilaba en proponer, en clave de mofa una vez más, que se le cediera a la Policía el edificio parlamentario para su labor legislativa:

 

Desde hace tiempo se viene notando un hecho curioso: mientras todos están de acuerdo en señalar que el Parlamento resulta un mecanismo pesado en la sanción de las leyes y todo se va en discusiones, según puede apreciarse en el período de sesiones que termina, ese Parlamento resulta, en cambio, un excelente órgano de investigación policiaca. Los descubrimientos policiales que han causado mayor sensación en los últimos meses (por no decir años) han salido de la Cámara de Diputados. Primero, la investigación sobre las tierras del Palomar; después, la comisión investigadora de las actividades antiargentinas y, ahora, la cuestión de la lotería. Y al mismo tiempo que esto se observa respecto al parlamento, ocurre el fenómeno inverso respecto a la policía: […] se ha convertido, en cambio, en un ágil y productivo órgano de legislación. Sus normas legales sobre derecho de prensa, libertad de pensamiento, derecho obrero, libertad de reunión, etc., dejan a la zaga las legislaciones más avanzadas que, con seguridad, no se hubieran permitido en toda su audacia, el dictar disposiciones tan terminantes y con tanta rapidez como lo ha hecho el departamento policial. […] El departamento de Policía debería trasladarse al Congreso donde podría legislar con más comodidad y con los elementos necesarios; y el parlamento podría trasladarse al local del actual Departamento, pues allí encontraría para sus tareas las diferentes secciones de investigación.[24]

 

De todos modos, y a pesar de todos los cuestionamientos, Cascabel reconoció que en ocasiones el Parlamento hizo con todo bastante bien su trabajo y no permaneció cruzado de brazos, a pesar de algunas leyes que había dictado podían ser consideradas “innecesarias”. Pero esto no significaba un reconocimiento para el congreso nacional, dado que no dejaría de lamentarse del largo período de vacaciones de los legisladores, del 1 de noviembre al 1 de mayo del siguiente año:

 

Titular este comentario “Fin del Congreso” se nos ha ocurrido enseguida que podría interpretarse torcidamente […] Vamos a aclarar que, usando esa oración, no hemos tenido otro propósito que referirnos a la clausura del período parlamentario con ánimo de analizar, de acuerdo con la tradición periodística, la importancia de la labor realizada […] El Congreso este año ha salido un poco del estado de siesta en que venía desde hace unos períodos meciendo sus tranquilas sesiones. Se han planteado algunos problemas […] y se han llevado a cabo algunas investigaciones […] Se han votado algunas leyes trascendentes, otras inoportunas y algunas de simple rutina, pero necesarias siempre. Hay presupuesto para este año, y lo habrá para el próximo, con lo cual el margen de decretos-leyes a cargo del Poder Ejecutivo se reduce al mínimum. […] El Congreso es para muchos el último bastión que ampara la existencia de un pueblo libre. […]  Que el período de vacaciones sea lo más breve posible, es todo lo que se puede desear por el momento.[25]  

 

El pedido sistemático de acortar el período de vacaciones de los legisladores tenía un aspecto netamente paradójico. La preocupación no era tanto aminorar el presidencialismo, sino más bien evitar que la página “Antipolítica” se quedara sin combustible toda vez que se topaba con una prolongada ausencia de noticias relativas a escándalos parlamentarios, como se expresa en este pasaje, con un lenguaje en sintonía con la prensa popular, en el que se enfatizan matices criollos:

 

En confianza les diría que desde aquel asuntito de El Palomar andamos sin temas políticos. Gracias a Dios tuvimos el caso de las exacciones a los obreros del volante colectivo[26]. Ya ven, dos asuntos en el término de dos años. Y sería injusto decir que la culpa es de los políticos. Los muchachos bastante que se preocupan por seguir activando pero, como bien se dice, donde hay una luz hay un conservador que sopla -y un radical que hace la concesión- y al fin los periodistas tenemos que pagar el pasto, quedándonos con las noticias que todos ustedes, pobres lectores amigos, tendrán que ver estos días sobre Ortiz, Castillo, Patrón Costas, Ruiz Guiñazú y otros que en estos tiempos que corren amenazan en olvido las fieles tradiciones políticas del ñato Aranguru, de tata Barceló, riojita La Fuente, el gordo Sanceri[27] y algunos más que supieron dar emoción a las tenidas de taba y poner un broche de sangre cantada a más de una amigable conversación de correligionarios. ¡Qué quieren con estas notitas de la semana! Todo se va en comunicaciones y manifiestos y en posiciones más correctas que La Prensa. Pero ya pasarán estos días de calma chicha y volveremos a tener algo de política de cierta importancia, como para dejar como negro a quien corresponda.[28] 

 

Para e1 período parlamentario de 1943 las aguas no se aquietaron, todo lo contrario. Un escándalo por irregularidades en la importación de hierro, debido a las condiciones impuestas por el contexto bélico, abrió un nuevo debate público ante el cual Cascabel no vacilaría en intervenir poniendo énfasis una vez más en la inutilidad de las deliberaciones parlamentarias y, en especial, en torno de la idea de nombrar una comisión parlamentaria para analizar el asunto. Cascabel publicó un fuerte título “En el asunto del hierro hay que proceder con mano de hierro…”, en el que dejaba bien en claro que los procedimientos parlamentarios no resultaban eficaces para evitar que tuvieran lugar eventuales negociados y casos de corrupción, un mensaje claro, expresado en el mismo tono irónico que caracteriza a la revista:

 

Si se podía creer que había un negociado sólido, indudablemente tenía que ser el del hierro. No obstante, y de acuerdo con las más recientes informaciones, el hierro se ha partido por lo delgado y este es el momento en que una comisión parlamentaria se encuentra abocada a investigar algunas irregularidades sospechosas en los trámites de importación de hierro. La comisión parlamentaria ha trabajado estos días con todo empeño y sin descanso, convencida de que al hierro conviene golpearlo en caliente; sin embargo, se ha mantenido sorda a los requerimientos de la prensa y sus deliberaciones se han mantenido en un férreo silencio. […] La verdad es que el tiempo pasa y la Comisión se calla. Nos gustaría un poquito más de actividad por tratarse de hierro, no vaya a ser que la investigación se oxide.[29]

 

Llegados a este punto, el lector no habrá de sorprenderse de que Cascabel no vacilara en aceptar el estado de sitio, primero, y luego el golpe militar de 1943, así como diversas medidas intervencionistas del Estado que, según creía, ayudarían a brindar respuestas sin dilaciones a los problemas cotidianos de los argentinos, desde el pésimo servicio del transporte urbano de pasajeros, hasta la administración de los vales de racionamiento de la nafta, a los que nos referimos más arriba. Con respecto al estado de sitio, Cascabel aplaudió sin ambages la medida de prorrogarlo reiteradas veces dado que, creía, venía a dar tranquilidad y previsibilidad a la sociedad, a pesar de que había un precio a pagar que era inocultable en lo que respecta a las libertades de prensa y de expresión:

 

Una de las leyes más previsoras promulgadas este año por el Poder Ejecutivo, ha sido la que fijó el estado de sitio en toda la República. Gracias a sus sabias disposiciones el país ha podido continuar su vida tranquila y sus ciudadanos no han sido molestado en lo más mínimo […] hasta se ha logrado que la prensa opositora, consciente de la importancia de su labor cooperadora, haya depuesto críticas y enconos en bien de la pacificación de los espíritus. […] Porque seamos francos: ¿a quién le molesta el estado de sitio? Les molestará a los opositores, a los delincuentes, a la gente que le da por reunirse en mitines que entorpecen el tráfico, a los que se les mete en la cabeza opinar por cuenta propia, a los que escandalizan al pueblo con el espantapájaros del voto libre, a los que levantan un escombro bárbaro con la democracia […] a las cuatro quintas partes de la población del país […] Bajo su influencia bienhechora mejoraron los transportes de la capital y el comercio interamericano. La lotería, que antes quedaba librada al mero azar […] recién se sorteó científicamente bajo el régimen de la ley tan combatida por nuestros colegas.

      

Claro que el tono de por sí irónico de la publicación puede traer dudas acerca de la verdadera posición de la revista frente al estado de sitio, renovado en sucesivas ocasiones en los años que precedieron al golpe militar de 1943. Ahora bien, la publicación de una página autocelebratoria bajo el título “Triunfó la prédica de Cascabel” ante la decisión del Poder Ejecutivo de prorrogar una vez más la medida a mediados de diciembre de 1942, disipa cualquier equívoco, a la par que retrata a un Castillo estilizado gracias a la implementación de la medida:

 

[…] séanos permitido que nos jactemos de habernos apuntado un poroto grande como el presupuesto nacional. Puede decirse que Cascabel ha sido la única publicación que ha auspiciado el mantenimiento del estado de sitio y su incorporación definitiva a nuestras tradiciones más caras. Más aún: creemos que el estado de sitio no debe quedar a la merced de leyes perecederas ni al capricho del Congreso y que una asamblea nacional podría darle un estatuto firme y permanente que lo pusiera a cubierto de las maniobras a que tan afectos son los grupos políticos […] Nada hay evidentemente que justifique la supresión de un estado de emergencia como es el de sitio.

 


Figura 7. Estado de sitio

Fuente: Cascabel, 9 de diciembre de 1942, p. 3.

 

1943, entonces, era año clave porque estaban previstas elecciones presidenciales que, repentinamente, debieron afrontar la súbita vacancia de los liderazgos más sólidos en los principales partidos, luego del fallecimiento del dirigente radical Marcelo T. de Alvear y del general Agustín P. Justo. El oficialismo se preparó entonces para la eventual candidatura de Robustiano Patrón Costas, proclamada vox populi desde hacía meses, según Cascabel: “nadie lo mueve del primer término”, escribió[30]. La oposición se devanaba los sesos en torno de una eventual coalición de la UCR con el PS que no era fácil de forjar, pero que parecía llegar a buen término: “después de muchos preparativos, discusiones, idas y venidas, vueltas y revueltas, se ha producido el acontecimiento social del año: la señorita U.C.R. […] aceptó por esposo a don P. S.”[31]. En este contexto, por fin, la revista no vaciló en aplaudir el levantamiento militar del 4 de junio, e incluso se autoproclamó su principal precursora, incluso vocera y, en cierta medida, parte clave de los acontecimientos, con un tono jactancioso, fuertemente autocelebratorio:

 

A cualquiera le habrá tomado de sorpresa la revolución, menos a nosotros. Y no es porque nos hayan consultado, sino sencillamente porque Cascabel goza de gran prestigio entre las fuerzas armadas y estas se han hecho eco de nuestra prédica. Es pues un triunfo más que agregamos a nuestra abundante lista de éxitos periodísticos. Que el viejo castillo era una artificiosa y viciada construcción que no podía durar mucho tiempo, lo hemos documentado abundantemente a través de nuestra existencia […] El viejo castillo, lo hemos dicho muchas veces, estaba asentado sobre arenas movedizas, y los que lo apuntalaban se enterraban en el barro del foso circundante hasta la cintura. Pese a los remiendos y refecciones, estaba a la vista la podredumbre del armazón. Y sucedió lo que tenía que suceder: el viejo castillo se vino debajo de un solo golpe.[32]

 

Incluso una vez ocurrido el alzamiento militar, las críticas al sistema de partidos y al parlamento no se acallaron: se subrayó a comienzos de julio que los legisladores cobraron sus dietas correspondientes al mes de junio hasta 5 días después de ocurrido el golpe, por lo cual la revista continuó reclamando la depuración de los partidos políticos, a fin de despojarlos de “politiqueros profesionales” y de garantizar que prevalecieran “los políticos auténticos, de sanas intenciones y propósitos nobles”[33]; se insistió además en fomentar una ética administrativa en la función pública[34]. Este no fue sin embargo el único “logro” de la “revolución del 4 de junio”. En verdad, para Cascabel había uno todavía más profundo: el gobierno restableció el orden, reprimió a las izquierdas y repuso a los patricios en el lugar que según Cascabel debía corresponderles:

      

Ahora que el país pasa por un delicado período de reconstrucción, no podemos resistir al orgullo […] Al iniciar nuestra vida periodística en efecto dijimos que creíamos “en el retorno de los patricios, de los estadistas auténticos, de los gobernantes por abnegación; creemos en la pureza como anhelo”. Y esa anhelada pureza se está convirtiendo hoy en una patriótica realidad. La liquidación de muchas asociaciones que impartían su calor a doctrinas extremistas nos parece muy oportuna.[35]

 

El precio a pagar por esta adhesión fervorosa al nuevo clima de la hora es que “Antipolítica” pasó de la ironía, la mofa y el sarcasmo contra el gobierno y el sistema institucional, a la abierta adulación hacia las medidas del nuevo gobierno, como el caso de la regulación de los alquileres, que recibió amplia aprobación[36], algo que trastocaba el propio sentido de la columna “Antipolítica”, dado que su propósito original era mofarse del poder y ahora en cambio se lo aplaudía. No es casual que ya para el mes de agosto la sección perdiera espacio en el seno de la revista, dado que se vio reducida a una columna, en lugar de ocupar una página completa. Lo más importante en esta nueva etapa fue, además, que la burla pasó ahora a estar enfocada en los opositores al gobierno militar, comenzando por los estudiantes y los claustros universitarios, en plena agitación luego de sucesivas intervenciones que afectaron la autonomía heredada de la reforma de 1918. No vaciló en escribir al respecto:

 

Cuando se estudia demasiado, el mate empieza a aflojar […] Los estudiantes tienen las facultades alteradas por otros motivos y, además, son otras facultades. Las facultades alteradas son la de Medicina y la de Derecho, que acaban de ser intervenidas por no sabemos qué desórdenes internos. Parece que las cosas andaban desarregladas y que ahora viene a componerlas […] Cuando las Facultades se vuelvan a aquietar, será señal de que le lograron aplicar un buen remedio a la de Medicina y que pudieron enderezar la de Derecho. Y si después de esto los estudiantes se ponen a estudiar, quiere decir que vivimos, como dijo el amigo Pangloss, en el mejor de los mundos posibles.[37]

 

Para enfatizar todavía más el mensaje, apeló a versos y rimas que reforzaban esta misma idea:

 

Está bien el gobierno que tenemos / está bien como apaga los faroles / está bien el futuro que prevemos / está bien que abaraten los ravioles […] Está bien; está bien. Queda constancia / de que todo está bien y -sin jactancia-/ ojalá siga todo en ese tren. / La oposición, empero, está en desgracia / ¿cómo ha de trabajar con eficacia / con un gobierno que hace todo bien?[38]

 

Con este tono, el balance de los primeros pasos dados por el gobierno militar es muy positivo; se lo presenta como ampliamente consensuado, a pesar de tratarse de un gobierno de facto, que no fue sometido a la voluntad popular, y que habría contado con el respaldo de los tres principales partidos políticos, conservadores, radicales y socialistas. “Afirman que la Nación es manejada ahora mejor de lo que lo era o podría serlo por parte de los partidos a que ellos pertenecen. Ni el radical tiene confianza en la U.C.R., ni el conservador en el partido Conservador, ni siquiera el socialista en el Partido Socialista”. Cascabel concluye que ha sido tal el desmadre en los partidos políticos desde bastante antes del golpe militar: “mucho se viene hablando de la depuración de los partidos políticos, pero lo cierto es que, para depurar algo, lo primero que se necesita es que ese algo exista. Resulta dificilillo, en consecuencia, querer depurar los partidos políticos, puesto que no hay partidos políticos o los hay solo nominalmente”[39].

 

 

IV. Palabras finales

 

Cascabel constituye un buen mirador desde el cual abordar la relación entre cultura de masas y política en la coyuntura previa al golpe militar de 1943. Si bien se trata de una revista de humor político que nació estrechamente vinculada a la propaganda pro-Aliada en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, es evidente que no se agota en ello. A través de su página “Antipolítica” vimos que ayudó a horadar la legitimidad del gobierno de Ramón Castillo, ya de por sí fuertemente cuestionada por la vigencia del fraude y, también, por sucesivos escándalos de corrupción. Ahora bien, Cascabel no se limitó a denunciar el fraude o la legitimidad del poder ejecutivo del gobierno conservador, sino que extendió su crítica al sistema político en su totalidad, incluido el parlamento, cuyas prácticas solía denunciar, erosionando así su imagen y, sobre todo, la propia idea de un régimen republicano. Hemos visto que la crítica se extendió a todos los partidos políticos, no solo a las prácticas corruptas del oficialismo y, también, que la revista celebró medidas como el estado de sitio, la creciente intervención estatal (así, la propuesta de nacionalización del transporte urbano de colectivos) y, por fin, el golpe militar, que celebraría como si se tratara de una liberación inevitable para la Argentina de un régimen institucional anquilosado, corrupto y alejado de las demandas de la sociedad, simbolizado en la revista en un vetusto castillo que se derrumbó.

 

 

 


Figuras 8-9. El golpe militar

Fuente: Cascabel, 9 de junio de 1943, pp. 4-5.

 

El registro irónico constitutivo de la revista, sumado a su formato atractivo e ilustrado y el hecho de tratarse de una publicación aparentemente anodina, dedicada al tiempo de ocio antes que a mantener informada a la opinión pública o intervenir en el debate político o de ideas, son factores que seguramente ayudaron a que la deslegitimación de las instituciones penetrara profundamente en los lectores de Cascabel, dado que se volvía así un sentido común compartido, en lugar de ser debatido argumentativamente por una publicación adscripta a un determinado posicionamiento ideológico. Su cuestionamiento visceral a las instituciones se desprende, como se vio, no tanto de un discurso político articulado y coherente, sino más bien como corolario de sus observaciones críticas de la vida cotidiana en la ciudad, perturbada tanto por las migraciones internas que saturaban la oferta de transporte público urbano, provocando críticas y malestar, como por las condiciones impuestas por el contexto bélico internacional, que incluyeron un riguroso racionamiento de combustibles y de energía, además de ejercicios preventivos de oscurecimiento, medidas que alteraron drásticamente el ritmo cotidiano de la urbe. Es la ciudad devenida de masas, con su ritmo no carente de “peligros” desencadenados por el trajín de las anónimas multitudes que conviven en medio de los oscurecimientos traídos por la guerra, la que desata en Cascabel un sinnúmero de preocupaciones que ponen en el centro de la escena la relación entre el gobierno y la sociedad para dar por resultado la sensación transmitida con claridad por la revista de que el gobierno y el sistema institucional no estarían a la altura de los desafíos propuestos para los tiempos de guerra. De este modo, entonces, los cuestionamientos al gobierno no se ciñen al fraude patriótico ni se limitan solamente a reclamar una mayor transparencia, sino que se extienden a poner en cuestión la propia vigencia del sistema republicano en su conjunto, como se vio.

En este punto, Cascabel se termina aproximando sin proponérselo a los diagnósticos de las publicaciones provenientes del arco nacionalista católico. Así, por ejemplo, Gustavo Franceschi desde Criterio aplaudió el golpe militar, porque creía que venía a poner fin a la “politiquería” espuria de la así llamada “década infame” (Lida 2023; Zanatta 1996). Claro que Cascabel no tenía semejanza alguna con publicaciones católicas como El Pueblo o Criterio que, dada su fuerte matriz integrista, era dable encontrar en una posición semejante, argumentada desde los valores del “mito de la nación católica”, aun cuando dichas publicaciones habían tenido sutiles diferencias en la lectura de distintas coyunturas políticas. Tampoco se trataba asemejaba al tono o el estilo de publicaciones nacionalistas y anticomunistas como Crisol, Clarinada o El Pampero, alineadas abiertamente con los regímenes fascistas europeos. Lejos de ello, Cascabel se presentaba como una revista de humor, aparentemente apolítica, en la que a lo sumo se publicaban caricaturas de Hitler, Mussolini o Stalin, cosa que en tiempos de guerra no debía sorprender sobre todo en un país como la Argentina que se vio intensamente atravesado en todas las aristas de la vida cotidiana y, desde luego, de la vida política por la guerra. Es por ello que, como hemos señalado, ha sido considerada por lo general una revista aliadófila en la bibliografía de referencia.

El hecho de que una revista tenida por aliadófila y, por ende, con alguna proximidad al antifascismo en el contexto de la segunda guerra mundial, se mostrara tan poco apegada por los valores democráticos y republicanos en la Argentina, al punto tal de terminar legitimando un golpe militar de fuerte sabor castrense como fue el de 1943, refuerza una vez la idea que ha venido desarrollando la historiografía tanto argentina como internacional en este terreno: que el fenómeno antifascista no es solo un fenómeno poliédrico y variopinto, con múltiples repliegues y aristas, difícil de reducir a la unidad, sino que además tampoco es unívoco ni de una coherencia que se pueda dar por sentado. Que la Cascabel tenida por “aliadófila” apoyara, en virtud de que el gobierno de Castillo era neutral y, además corrupto, la erosión de las instituciones republicanas y, por fin, el desenlace del 4 de junio de 1943 nos recuerda, además, la importancia de estudiar el lugar de la prensa, la opinión pública y la sociedad en la construcción de consensos con los golpes militares en la Argentina, línea de investigación que ha dado frutos importantes en los últimos años (Lvovich 2020; Lida 2008), pero que sin duda deja todavía muchas cuestiones sin explorar.

 

 

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* Profesora en la Universidad de San Andrés e investigadora principal en CONICET. Coeditora, junto con Ignacio A. López de Un golpe decisivo. La dictadura de 1943 y el lugar de Juan Domingo Perón (Edhasa, 2023).

[1] “Se lo pasa leyendo en alemán algo que no entiendo, pero que sin duda no le hace provecho”. Cascabel. 1941. “Cartas de Vieytes”, 10 de diciembre, p. 2.

[2] Cascabel. 1942. “Censura vergonzante”. 16 de diciembre, p. 5.

[3] Cascabel. 1942. “No estamos en guerra, pero vivimos de campaña en campaña”. 25 de noviembre, p. 3.

[4] Cascabel. 1942. “Convendría poner un poco de luz en tanto oscurecimiento”. 30 de septiembre, p. 4.

[5] Cascabel. 1943. “Las manchas del racionamiento ya no se limpian ni con nafta”. 6 de enero, p. 28.

[6] Cascabel. 1942. “Plan para hacer trabajar a los diputados y senadores” 8 de julio, p. 16 y “El parlamento debe ponerse de acuerdo”, 22 de julio, p. 16.

[7] Cascabel. 1942. “¡Hay que nacionalizar los transportes urbanos! 2 de diciembre, p. 3.

[8] Cascabel. 1942. “Desorden e incultura en los transportes”. 9 de diciembre, p. 17.

[9] Cascabel. 1943. “La concordancia ya tiene una plataforma para vender boletos”. 9 de junio, p. 6.

[10] Cascabel. 1941. “Página de la Antipolítica”. 3 de diciembre, p. 16.

[11] Cascabel. 1942. “La elección en Tucumán”, “Página de la Antipolítica”, 4 de noviembre, p. 16.

[12] Cascabel. 1941. “Hasta el lunes no sabemos nada”. 3 de diciembre, p. 16.

[13] Cascabel. 1942. “Banca que dejas, banca que tomo”. 27 de mayo, p. 16.

[14] Cascabel. 1943. “Como la tortuga”. 3 de marzo, p. 24.

[15] Cascabel. 1942. “Cambio de frente”, 14 de octubre, p. 16.

[16] Cascabel. 1943. “¿Qué pasa en Tucumán?”. 13 de enero, p. 16.

[17] Cascabel. 1942. “¿En qué quedamos?”. 9 de diciembre. P. 16.

[18] Cascabel. 1941. “Lo más Justo”. 10 de diciembre, p. 16.

[19] Cascabel. 1942. “Ordinarias y extraordinarias”, 30 de septiembre, p. 16.

[20] Cascabel. 1943. “Chasco”, 2 de junio, p. 9.

[21] Cascabel. 1943. s/t, 19 de mayo, p. 9.

[22] Cascabel, 26 de agosto de 1942, p. 16.

[23] Al respecto, Caimari, L., 2012, en especial capítulo 3; Galeano, D., 2016.

[24] “El mundo al revés”, “Página de la antipolítica”, Cascabel, 23 de septiembre de 1942, p. 16.

[25] Cascabel. 1942. “Fin del Congreso”. 7 de octubre, p. 16.

[26] Las condiciones laborales de los choferes de transporte público dieron lugar a un prolongado conflicto gremial frente a la “Corporación de Transportes”, conflicto que involucró a la FORA anarquista. La Protesta, marzo de 1942, p. 1

[27] Se refiere a caudillos conservadores, netos exponentes de la así llamada política criolla.

[28] “Sin novedades políticas”, “Página de la Antipolítica”, Cascabel, 1 de julio de 1942, p. 16.

[29] “En el asunto del hierro hay que proceder con mano de hierro”, Cascabel, 19 de mayo de 1943, pp. 3-4.

[30] Cascabel. 1943. “Candidato en firme”, 3 de marzo, p. 24.

[31] Cascabel. 1943. “Se formalizó el compromiso matrimonial de la señorita U.C.R. y el señor P.S.”, 5 de mayo, p.4.

[32] Cascabel. 1943. “Y sucedió como lo había previsto Cascabel”. 9 de junio, pp. 4-5.

[33] Cascabel. 1943. Cascatorial. “Será lo que deba ser”. 14 de julio, p. 17.

[34] Cascabel. 1943. “Hacia una ética administrativa mejor entendida”. 14 de julio, p. 17.

[35] Cascabel. 1943. “Decíamos ayer…”. 28 de julio, p. 17.

[36] Cascabel. 1943. “Rendición de cuentas. 1 de agosto. P. 17.

[37] Cascabel. 1943. “¡Los estudiantes andan con las facultades alteradas!”. 1 de agosto, p. 5.

[38] Cascabel. 1943. Rubén Dariola, “Casi todo está bien”. 23 de junio, p. 17.

[39] “La depuración de los partidos políticos”, Cascabel, 21 de julio de 1943, p. 17.